Hasta aquí

Ya está.
No puedo más. No ha sido enamoramiento, no ha sido amistad, no ha sido nada.

Y ya no quiero más, más de nada.
Es imposible que no me pase largas, incontables, interminables horas dándole vueltas a todo tras cada encuentro de apenas unos minutos. Me planteo si me he comportado adecuadamente o no. Si he sido demasiado cariñosa o demasiado seca. Demasiado simpática o demasiado estúpida. Si ha sido una conversación correcta o forzada o vulgar o vacía, muy vacía. Si tiene algún sentido o no.
A veces soy capaz de autoconvencerme de que es pura educación. Pero yo siempre he sabido que el límite entre la educación y la hipocresía es muy fino, demasiado fino.
No, no, no. Por mi parte no es educación.
Atracción. Esa es la palabra. Se me agolpan las palabras mientras te miro a los ojos, mi respiración se acelera mientras miro tus labios. Aumenta mi temperatura y pido a quién sea que pare. Que estoy por encima de un instinto tan primario, pero por lo visto eso también es mentira.
Tú, gran cúmulo de testosterona eres como la miel para las abejas. No me gusta la miel ni aprecio a las abejas. Pero te apereces irresistible, inalcancable. Adictivo.
Pero ya no quiero más. Si en algo estamos de acuerdo aquí es en el ego masculino. Y tú eres la muestra más evidente.
No quiero más abrazos o buenas palabras a sabiendas de que una a una hinchan tu ego lo inflan hasta hacerlo explotar. Porque no puedo creer que te importe nada más. Y a mí puede que me importe demasiado gastar tanto tiempo en ti.
Porque al final, sabemos que no es algo entre tú y yo, sino tan solo algo conmigo misma. Tú nunca has engañado a nadie. Tú eres tú. Con tu vida.
Y yo no soy la que prefiere deleitarse admirándote, sino la que prefiere invertir tiempo en admirarse a sí misma.
Así que no va a ser fácil. Tentación platónica. Pero sí va a ser lo mejor.