Over and over and over and over and fucking over again.

Siente el anhelo sentado en el pecho, riéndose a carcajadas de sus intentos de respirar. Le acaricia las mejillas con dulzura, entre risas, dejando caer cada vez más peso sobre ella. Finge que intenta luchar y quitárselo de encima, tiene esa extraña costumbre de engañarse a sí misma, pero es consciente de que alargará el juego todo lo que pueda. Las caricias compensan. Así que intenta calcular cuánto tardará en pasar de masoquismo a sadismo, cuánto tardará en dejar de ser víctima pasiva a inventarse excusas para hacer daño. A veces se entrevé en ese futuro no muy lejano escupiendo el dulce veneno con la vista nublada, sin ser demasiado consciente de lo que hace, solo sintiendo que cada vez la cabeza duele más y el pecho menos, disfrutando de esos segundos de victoria antes de que los síntomas se vuelvan a invertir. Deliciosa incoherencia, anticipando esa victoria artificial arremete el pánico. Como si hubiese algo diferente, como si no fuese el mismo anhelo de siempre, como si el que lo trajo fuese diferente a los demás, o como si eso importase. Y decide que es mejor eso que quedarse estancada en un mismo nombre, y decide aprovechar para repasar los síntomas de la obsesión, y no puede evitar preguntarse cuántas veces tendrá que repetir lo mismo antes de decidir que hay cosas más importantes, que la vida no gira alrededor de un nombre, y que ya ha habido suficiente.