Morfine

Sí, Alicia sigue bajo el efecto de la morfina, y todo parece encantador. No siente vacío, ni heridas, ni dolor. Solo anhela y se pone melancólica, pero de manera sana y segura. Se está alimentando de recuerdos y fantasías, de cierta mirada, y de aquella caricia, de cosas en las que seguramente nadie se fijó excepto ella. Con eso tiene que aguantar hasta la próxima dosis que, como de costumbre, no tiene ni idea de cuando llegará. Pero sonríe con los ojos vendados, convencida de que, por muy larga que sea la espera, valdrá la pena. Y adora esa sensación. Y se recrea en esa sensación. Y en las demás.
Empieza a recrear en su mente versiones alternativas de aquella última vez, como ha hecho siempre. Y apoyar la cabeza en su hombro se convierte en acariciar su cuello con los labios; deja de sentir el aliento de él en la mejilla al hablarle para sentirlo en los labios, a punto de besarle; y todas las miradas, todas las sonrisas, las caricias, todo, tiene un nuevo significado que, tontamente, espera que algún día sea el real.
Por supuesto, eso no la hace poco realista. Ella es consciente de todo, como siempre. Quizás menos consciente de lo que ella cree, pero lo suficiente como para no ser considerada una ingenua. Simplemente le gusta la sensación de tener lo que tanto anhela, aunque sea irreal, y lo sepa.